Carta del Hno. Asistente en la Inmaculada

 

A LA ATENCIÓN DE LA MADRE PRESIDENTA Y HERMANAS

DE LA FEDERACIÓN SANTA MARÍA DE GUADALUPE,

DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

Queridas hermanas:

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.

En la plenitud del tiempo (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cf Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios.

 

1. Su misericordia llega a sus fieles (Lc 1, 50)

Cada año nos alegra reconocer el sonido del Adviento y de la esperanza, de la reconciliación y de la misericordia, de la Navidad y de la Paz. Y cada año experimentamos que nuestros deseos y proyectos son buenos, como los de toda la humanidad,  pero que no siempre se realizan a nuestra medida. Quizás en eso radica nuestra mayor falta de perspectiva, al mismo tiempo que puede venir acompañada de desaliento y de falta de nuevos horizontes. Los profetas en Israel acuden a la esperanza pero siempre revestida de misericordia. Como lo declara la misma Virgen María en el Magnificat: “auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia”.

Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso. “Paciente y misericordioso” son atributos que a menudo aparecen en el AT para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata en multitud de ocasiones donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. En algunos de los salmos percibimos la grandeza de su proceder: “Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia (103,3-4). En otro salmo dice: “Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados” (146,7-9). Y por último: “El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas… el Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo” (147,3.6). Por eso la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad vital y concreta a través de la cual Él nos revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueve en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Los autores bíblicos nos recuerdan que cuando se habla de la misericordia se trata de un amor “visceral”, que proviene de lo más íntimo del ser como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón (Francisco, MV 6).

2. Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos

María, estrechamente unida a Cristo, por el misterio de su Concepción Inmaculada fue predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre de Dios. Y es precisamente en la contemplación de este misterio donde cada hermana expresa mejor la razón de su existencia y el significado de su vida o consagración (cf CCGG 8). Este encuentro o experiencia es inconcebible en cada hermana si no es por la presencia o acción del Espíritu Santo o del Espíritu del Señor y su santa operación. Es el Espíritu quien anima e impulsa el “servicio, la contemplación y la celebración” del misterio de María en su Concepción inmaculada.

La actitudes de María, los valores que Ella asume en su peregrinar evangélico y las virtudes de María constituyen el modo justo y preciso de encarnar el seguimiento de Cristo, un seguimiento que dimana de las enseñanzas de Cristo pero que es revestido cada día por la mirada, por la existencia humilde o por la actitud permanente de fe con que María responde al amor incondicional de Dios. A veces, o la mayoría de las veces, estamos más pendientes de nuestras repuestas o de nuestras ‘torpes’ respuestas antes que predisponernos a acoger el designio del Señor, las Palabras de Señor, la voluntad del Señor.

No hay verdadera compasión ni misericordia si no hemos experimentado por fuerza o impulso del Espíritu esa cualidad de donde se ha nutrido toda la esperanza del AT y donde se experimenta la ‘gracia’ o la ‘gloria de Dios’ en el Nuevo.

Nadie duda que en María se concentra la “entrañable misericordia de nuestro Dios” a través de la cual nos visita el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 68-79).

Reclamamos que sea María quien dirija sus ojos misericordiosos a nosotros que caminamos por este ‘valle de lágrimas’, pero en verdad somos nosotros quienes tenemos más necesidad de extender una inmensa mirada de misericordia sobre nuestro mundo y sobre nosotros mismos. Reclamando a María que vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos expresamos que queremos también ser hermanos y hermanas de misericordia, comunidades y fraternidades de misericordia.

3. Reina y Madre de misericordia

Nosotros  veneramos y aclamamos a María como Reina y Madre Misericordia. Y su dulzura debe acompañarnos durante este Año Santo, para que todos podamos recuperar la alegría de la ternura de Dios. Nadie como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado y del Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.

Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres y la Puerta Santa del Cielo. Guardó en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende de generación en generación (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia.

Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús (Papa Francisco, MV 24).

La Iglesia nos regala este nuevo Jubileo, este nuevo Año Santo, para que experimentemos el don de la misericordia y lo hagamos extensivo a través de nuestra compasión, perdón, y encuentro con los hermanos, traduciéndolas en las numerosas obras de misericordia que podamos realizar en nombre de nuestro Dios, rico en misericordia.

Feliz día de la Inmaculada y Feliz Año de la misericordia.

 

Fr. Joaquín Domínguez Serna, OFM

Asistente

Santuario de Nuestra Señora de Loreto, Espartinas (Sevilla)

 

 

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