II Domingo de Cuaresma
El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación- avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios para darle batalla y progresar hacia la victoria.
Hoy, con su Transfiguración, da un paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo (por ejemplo la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El, meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la superficialidad han demolido.
También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso activo en el día a día.
Autor: Padre Javier Leoz